lunes, 5 de septiembre de 2016

LOS BIOCOMBUSTIBLES, MUCHO PEORES PARA EL CAMBIO CLIMÁTICO QUE LA GASOLINA

Un estudio del Instituto de la Energía de la Universidad de Michigan asegura que, pese a los postulados generalmente aceptados por los partidarios de los biocombustibles en el sentido de que son mucho menos dañinos para el clima que los combustibles fósiles, el uso de aquéllos sólo ha contribuido a aumentar de manera muy importante el carbono emitido a la atmósfera durante los ocho años (2005-2013) considerados por dicho estudio



La bondad de los biocombustibles de cara a frenar el cambio
climático ha sido puesta en entredicho por un reciente estudio
del Instituto de la Energía de la Universidad de Michigan
MADRID ─ La aparición en Climatic Change, una publicación multidisciplinar de la editorial Springer, de un estudio elaborado por un equipo de científicos capitaneados por el profesor John DeCicco en el que se llega a la conclusión de que los resultados del apoyo financiero y legal que, a través de diferentes subvenciones y normativas viene prestando desde 2005 el gobierno estadounidense para el incremento del uso de biocombustibles como el bioetanol o el biodiésel, sólo se ha traducido hasta la fecha en un considerable incremento de la cantidad de carbono que, en forma de dióxido de carbono, llega a la atmósfera y que dichos biocombustibles están teniendo, por ahora, efectos mucho más nocivos que la gasolina o el gasóleo fósiles de cara al efecto invernadero. La virulenta reacción de muchos de los que ahora disfrutan de las mencionadas ayudas y subvenciones gubernamentales hace pensar que el equipo de DeCicco ha pinchado en donde duele.

Lo que básicamente distingue la aproximación al problema seguida por el equipo de DeCicco frente a la que hasta ahora han venido practicando los defensores de los biocombustibles, aproximación conocida como del ciclo de vida, es que aquel equipo se ha limitado a analizar los datos reconocidos oficialmente por el Departamento de Agricultura del gobierno de Estados Unidos, siguiendo un esquema que un andaluz definiría con la frase ¡esto es lo que hay y no hay más ná! y un madrileño diciendo que ¡no hay más cera que la que arde!.

En el análisis del ciclo de vida se parte de una serie de supuestos y postulados que sitúan a los defensores de los biocombustibles en una posición muy ventajosa, como el propio lector de este comentario podrá comprobar por si mismo en las líneas que siguen. Así, ellos dan por sentado que es factible alcanzar una situación neutral en que todo el CO2 emitido por los tubos de escape de los vehículos que queman biocombustibles sea absorbido por la función de fotosíntesis de las plantas ─maíz, colza y soja entre otras─ que se utilizan para la obtención de esos biocombustibles. El problema es que no se fija cuándo será ello posible y el estudio de DeCicco pone de manifiesto que, por el momento, esa fecha está aún muy lejana.

Demasiado largo me lo fiáis
John DeCicco, el profesor del Instituto
de la Energía de la Universidad de
Michigan que ha liderado el estudio

De hecho, la postura de los defensores del análisis del ciclo de vida recuerda mucho al cálculo matemático de límites cuando determinada variable de una expresión algebraica tiende a infinito. Naturalmente, postergar la neutralización del CO2 emitido por los tubos de escape de los motores que consumen biocombustibles a que transcurra un período infinito de tiempo no parece demasiado serio y, desde luego, tampoco lo más deseable en este asunto.

Así pues, los defensores de los biocombustibles no tienen en cuenta más que las emisiones de CO2 asociadas al proceso de producción de los mismos ─transporte, maquinaria necesaria, fabricación de fertilizantes, etc.─  es decir las emisiones que se generan en lo que habitualmente se conoce como la fase del pozo al vehículo, dando por sentado que el CO2 que sale por el tubo de escape al quemar los biocombustibles es absorbido y neutralizado durante la fase de crecimiento de las plantas de las que se extraen éstos. DeCicco resalta que en el caso de la gasolina o el gasóleo, al evaluar la huella de carbono los defensores de los biocombustibles tienen en cuenta tanto las emisiones del tubo de escape como las generadas en la fase del pozo al vehículo.

El equipo de DeCicco concluye que los cultivos usados para la producción de biocombustibles sólo han absorbido en los ocho años abarcados por su estudio el 37 por ciento del CO2 que luego es emitido a la atmósfera al quemar las plantas en el proceso de destilación de los biocombustibles, lo que significa que hasta ahora sólo se está contribuyendo a aumentar de manera muy importante la cantidad de gases de efecto invernadero presentes en el aire.

Por ello, los científicos que han participado en el estudio del Instituto de la Energía de la Universidad de Michigan han hecho un llamamiento a las autoridades federales para que reconsideren su postura de apoyo a ultranza del uso de los biocombustibles, puesto que es evidente que las bases en las que hasta ahora se ha apoyado la expansión del uso de éstos, como demuestra su estudio, son científicamente incorrectas y ahora es incontrovertible que, en lo que se refiere a las emisiones que originan el calentamiento global, los biocombustibles son mucho peores que la gasolina y el gasóleo de origen fósil.

En Europa, ya se ha admitido el fracaso de los biocombustibles

Ciertamente, hace ya unos meses que las autoridades comunitarias admitieron el fracaso de los biocombustibles para frenar las emisiones de CO2 a la atmósfera, pero en Estados Unidos, la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA) sigue en sus trece de mantener en vigor la normativa sobre combustibles renovables (RFS, en su acrónimo inglés) que es la responsable de que desde que el gobierno federal hizo obligatorio en 2005 el uso de tales combustibles en el mix de carburantes, ampliándolo luego en 2007 hasta hoy, el porcentaje de superficie cultivable dedicada a la producción de biocombuastibles se haya más que triplicado, alcanzando 5,23 millones de bushels (*), una medida que, como la fanega en España, está en desuso en los países anglosajones.

También se ha duplicado en los ocho años últimos la producción de aceite de soja destinado a la obtención de biodiésel, alcanzándose más de 2.268 millones de kilos. De hecho, la EPA tiene el proyecto de que las gasolineras estadounidenses empiecen a ofrecer en breve gasolina E10 (10 partes de bioetanol y 90 de gasolina), un combustible que también las autoridades alemanas trataron de implantar en su país, teniendo que desistir de ello ante el boicot que al nuevo combustible declararon los automovilistas alemanes.
Desde la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, se viene lamentando desde hace años que el aumento de las superficies dedicadas a cultivos con destino a la fabricación de biocombustibles se haya hecho fundamentalmente a costa de reducir los cultivos antes destinados a la alimentación de las personas. También ha habido muchas ONG que se han mostrado muy críticas con el proceso de despoblación forestal de grandes zonas selváticas que por sí mismas absorbían mucha mayor cantidad de dióxido de carbono (CO2) que la que absorben los cultivos para combustibles renovables con los que se han reemplazado aquellas zonas selváticas

Esperemos que el balance negativo que en la Unión Europea se ha hecho recientemente de los biocombustibles, especialmente del biodiésel, sirva, pese al Brexit, para frenar los proyectos del gobierno británico de conseguir que en 2020 un 15 por ciento de su energía tenga origen renovable.

Pero no pensemos que todo eso es cosa de guiris, ya que en España hace ya tiempo que en cada litro de gasolina o gasóleo que se vendía en las estaciones de servicio iba incluido un 6 por ciento de bioetanol o biodiésel, respectivamente, un porcentaje que el gobierno de nuestro país, acostumbrado a surfear en la cresta de las modas más demagógicas, acariciaba elevar al 10 por ciento no ya en los vehículos terrestres sino también en los aviones. Afortunadamente, el lamentable impass político en que nos hallamos inmersos tiene algunos efectos colaterales muy positivos, como el de impedir desvaríos y meteduras de pata cuya finalidad solía ser tan sólo dar titulares para salir en los papeles,

Reacciones en contra

Como ya avanzábamos, han sido muchas las reacciones contra el estudio del equipo de científicos capitaneado por DeCicco. Una de las más virulentas nos parece la de Geoff Cooper, vicepresidente senior de la Asociación de Combustibles renovables, que califica los resultados del estudio de DeCicco de falacia, unos resultados obtenidos con la metodología errónea de ocasiones previas que durante años ha venido siendo rechazada por científicos del clima, legisladores y reputados especialistas del análisis del ciclo de vida de todo el mundo. Como en el caso del profesor DeCicco, estos trabajos han sido financiados por el Instituto Americano del Petróleo (IAP) que, obviamente, tiene un claro interés en oscurecer y confundir a las autoridades, echando por tierra todo lo avanzado hasta ahora en la lucha contra el calentamiento global. Mejor haría el IAP en dedicar sus recursos económicos a examinar y clarificar los efectos reales y muy negativos del petróleo, subrayó Cooper.

Por más que parezca obvio, no nos resistimos a subrayar que el argumento de una financiación sustentada en intereses espúreos debe ser rechazado como norma, ya que esos mismos intereses u otros similares podrían suponerse en el caso de asociaciones como la que vicepreside Geoff Cooper u otros organismos que en estos momentos disfrutan de cuantiosas subvenciones asignadas a los combustibles renovables y que, lógicamente lucharán con todos los medios disponibles para conservarlas.

Bastante menos corrosivo ha sido Michael Wang, un científico del Argon National Laboratory, uno de los principales promotores de la aproximación mediante el análisis del ciclo de vida, la cual condujo a considerar que ciertos biocombustibles podrían ser beneficiosos en la lucha contra el calentamiento global. Wang se limitó a calificar de altamente cuestionable la investigación del equipo de DeCicco.
El informe preparado por el equipo del profesor John de Cicco pone
de manifiesto que los cultivos de maíz sólo han conseguido neutralizar
una mínima parte de las emisiones de CO2 derivadas del uso de
biocombustibles, con lo que la presencia de gases de efecto
invernadero no han hecho más que aumentar en los ocho años que
abarca el estudio

Daniel Schrag, profesor de Geología en la Universidad de Harvard  y asesor de la EPA en materia de impacto de la bioenergía en el clima, rechazó las conclusiones del estudio realizado por el equipo de DeCicco, señalando que no ve motivos para desarrollar una nueva aproximación con que medir el impacto de los biocombustibles y que el estudio de DeCicco no tiene en cuenta el factor tiempo. Es sólo cuestión de esperar el tiempo necesario para que se haga patente la bondad de los biocombustibles con respecto al clima, indicó Schrag.

En efecto, los defensores del sistema de ciclo de vida, aseguran que al aumentar la  superficie dedicada al cultivo de maíz y otras plantas como la soja o la colza, las emisiones de CO2 terminarían por ser entre un 10 e incluso un 50 por ciento menores que las de la gasolina, pese a admitir que inicialmente y durante un cierto período de tiempo de longitud hasta ahora desconocida, el uso de los biocombustibles originaría un notable aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Jim Zook, director ejecutivo del Programa de Márketing para el Maíz del estado de Michigan y de la Asociación de Cultivadores de Maíz de dicho estado, también apoya los estudios que aseguran que el uso de biocombustibles contribuye a reducir notablemente las emisiones de gases de efecto invernadero en comparación con la gasolina. Y la producción de biocombustibles tiene otros beneficios asociados, como es la generación de subproductos que pueden ser convertidos en piensos de alto contenido proteínico para la alimentación del ganado, afirma Zook, añadiendo que la producción de combustibles en suelo estadounidense reduce la necesidad de importar petróleo de países que con frecuencia han manifestado su hostilidad ante Estados Unidos. Es una cuestión de sentido común: no vamos a desplegar tropas en un campo de maíz, afirma Zook.

Emily Skor, presidente ejecutivo de Growth Energy también arremetió contra el estudio publicado por el equipo de DeCicco, haciendo un llamamiento a las autoridades federales para que no se dejen confundir ya que está archidemostrado que los biocombustibles constituyen una de las mejores herramientas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y combatir los efectos del cambio climático. El informe de DeCicco no es más que otro intento desesperado de desacreditar la Normativa sobre Combustibles Renovables (RFS) que constituye sin duda el programa más éxitoso acometido en nuestro país de cara a difundir el uso de energías limpias, acusó Skor.

Reacciones a favor

Como era de suponer, dada la gran fuerza con que ahora cuenta el lobby pro-bioenergía, las reacciones a favor del informe de DeCicco han sido menos numerosas que las reacciones en contra, pero, no obstante, también ha habido manifestaciones dando la bienvenida al trabajo del Instituto de la Energía de la Universidad de Michigan.

Entre ellas, cabe citar la de Emily Cassidy, una analista investigadora de una entidad sin ánimo de lucro denominada Grupo de Trabajo Medioambiental, aún reconociendo que el estudio del equipo de DeCicco incide en un área que aún precisa de mucho escrutinio, señala que cada vez hay más evidencias de que la Normativa sobre Combustibles Renovables (RFS) introducida por el gobierno federal ha sido mala para el clima y el medio ambiente. Hay algunos combustibles que pueden ser buenos para el clima, pero esos combustibles deberían obtenerse mayormente de la biomasa y los residuos vegetales que no pueden ser aprovechados para otra cosa, comentó Cassidy.

Timothy Searchinger, un investigador de la Universidad de Princenton, conocido crítico de la bioenergía, habiendo señalado en muchas ocasiones las deficiencias de los enfoques tradicionalmente usados para medir los diferentes impactos climáticos, indicó que la aproximación utilizada por el equipo de DeCicco constituye un sistema de cálculo más que desbarata la suposición errónea de que la contaminación climática liberada cuando se quema la bioenergía no tiene importancia.

(*) El bushel es una unidad de medida que, aunque en desuso en la actualidad, sigue siendo profusamente utilizada por los organismos oficiales estadounidenses y guarda ciertas similitudes con nuestra fanega e incluso con nuestras seras y canastas. Inicialmente concebida como una unidad de capacidad (1 bushel USA = 35,24 litros) en la actualidad se usa mayormente como medida de peso para la denominada mercancía seca (grano, semillas, etc.) aunque en estos casos su conversión a kilos depende de cuál sea la mercancía en cuestión. En el caso del maíz, 1 bushel equivale a 25,4 kilos, pero en el caso del trigo o los porotos de soja equivale a 27,22 kilos, y a 15,42 kilos si se trata de cebada malteada, por citar algunos ejemplos.